La Fashion Week comienza este lunes en Tokio, megalópolis que destaca por su moda urbana, pero cuyas marcas no consiguen abrirse paso en los mercados extranjeros.
Más de 50 diseñadores presentarán sus colecciones en los seis próximos días, resaltando, sobre todo, las materias, desde la tele vaquera hasta la seda tejida a mano.
«No falta ningún diseñador de talento en Japón», asegura a la AFP Akiko Shinoda, directora de asuntos internacionales de la Japan Fashion Week Organization, que organiza los desfiles. «Desgraciadamente, muchos creadores y casas de moda siguen siendo casi desconocidos fuera de Japón», lamenta.
En Tokio, la pasarela es a menudo la calle, donde adolescentes lucen cada día la ropa y los peinados más atrevidos.
Aunque los estilistas de Tokio sean alabados por blogueros y críticos del mundo entero por su audacia y su refinamiento, este auge de la moda urbana no ha dado lugar a negocios lucrativos… al menos entre los diseñadores japoneses.
El francés Loic Bizel fue uno de los primeros cazadores de tendencias en aprovechar el dinamismo de la capital japonesa, en 2001. «Esta ciudad está tan adelantada que las modas nacen aquí y, meses o incluso un año después, se convierten en mundiales», dice a la AFP.
Bizel cobra entre 615 y 1.060 euros -unos 1.200 dólares- al día por mostrar a sus clientes, representantes de gigantes de la distribución como la empresa sueca H&M y la española Zara, las tiendas más originales de Tokio, escondidas a veces en callejones solamente conocidos por los iniciados.
Marcas no protegidas
Los clientes de la empresa de Bizel, Tokyo Fashion Tour, no dudan en pagar mucho dinero para encontrar la inspiración.
«Una vez, unos compradores de (la compañía irlandesa) Primark se llevaron cerca de 20.000 dólares en muestras en un solo día y tuvieron que comprar más maletas para transportar todo eso», cuenta Bizel.
Con demasiada frecuencia, otras empresas, sobre todo chinas, adaptan o copian unos modelos sacados de las tiendas japonesas y los venden por un precio muy inferior.
«La mayoría de los diseñadores japoneses trabajan a pequeña escala, no tienen patentes o equipos de juristas para defenderlos. Así que para las grandes marcas es sencillo copiar su estilo y ganar mucho dinero con ello», explica Bizel.
Los veteranos del sector, como la señora Shinoda, son conscientes de la gravedad de la situación y animan a los creadores del archipiélago a proteger sus marcas contra el fraude. «Desgraciadamente, comprobamos muchos casos en que los logotipos de nuestros diseñadores son copiados y sus marcas, registradas por compañías en China», dice. «Hay que encontrar una solución».
Los creadores japoneses, salvo los grandes nombres como Issey Miyake, Kenzo y Rei Kawakubo, descuidan las ventas y la protección de sus marcas en el extranjero.
«Durante mucho tiempo, el sector de la moda en Japón consiguió bastantes beneficios en el mercado interior y no había necesidad de explorar el extranjero», explica Izumi Miyachi, especialista de moda del diario de gran tirada Yomiuri Shimbum. Pero la caída de la natalidad provocó una ralentización del consumo, dice.
Las importaciones fueron aumentando en los últimos 10 años, y los diseñadores japoneses con ambiciones internacional, como el famoso Yohji Yamamoto o la marca Sacai, prefieren desfilar en París antes que en Tokio.
Shinoda se lo toma con filosofía. «No podemos competir con París, Milán o Nueva York. Pero lo que podemos hacer es servir de plataforma para los jóvenes creadores que inician sus carreras».